viernes, 16 de julio de 2010

Sueño de tarde de verano

Pequeñas gotas de lluvia caían del cielo lentamente, mojando sin mojar a una persona que esperaba en una estación de topo. Pantalones cortos, chancletas, y una chaqueta. Notaba en sus pies el agua y también en la planta, mientras andaba impaciente de un lado para otro se le resbalaban los pies en las chancletas. El sol ya se había ocultado tras las casas de la ciudad que desde aquella estación tan alta se veían perfectamente, el cielo se estaba oscureciendo y no hacía frío. Se acercaba la hora prevista para la llegada del topo, y el chico miró a su izquierda, donde la oscura boca del túnel, a lo lejos, le empezaba a devolver una mirada más que intensa. Salieron de aquel agujero tres luces que desdibujaban lo que les seguía, dos focos en la parte inferior y uno en la superior. Según se iban acercando, el chico andaba lentamente como calculando en que lugar exacto pararía la puerta en la que quería entrar, pero se paró en seco cuando la figura desdibujada por las luces delanteras cobró forma. Perplejo lanzó su mirada a la estación y a la ciudad y empezó a asustarse, se echó hacia atrás por el miedo, y temió estar volviéndose loco: el topo no era topo, en lugar de éste había aparecido un tren antiguo de larga distancia, de madera, como los que se veían en las películas del antiguo oeste, la estación se había reducido a tierra y tres maderas colocadas en forma de señal alargada que tenia grabado el nombre de la parada en negro, y la ciudad con sus rascacielos ya no era ciudad ni tenia rascacielos, sino una pequeña aldea formada por pequeñas casas desprendiendo humo por sus chimeneas. Sacudió su cabeza, se frotó los ojos y volvió a abrirlos. La gente del topo le miraba atónita, sin saber que hacer o decir. Para cuando el chico se dio cuenta de en donde estaba y de lo que más o menos le podía haber pasado el topo ya estaba en marcha y no había manera de pararlo.