sábado, 25 de septiembre de 2010

Muerte por una sandalia

Eran ya más de las doce del mediodía, el sol brillaba desde lo alto, los pájaros cantaban y todas esas cosas bonitas que se dicen/escriben/ponen para describir un buen día. Sin embargo todo era una mierda para él. El sol le tenia mosqueado ya que calentaba más de lo debido, los pájaros cantaban, si, pero el tan solo quería pegarle un tiro a cada uno de los que escuchaba silbar.

La puerta del portal se abrió bruscamente chocando contra la pared después de girar por completo, y haciendo que los pájaros gritaran y salieran disparados volando a toda velocidad hacia el sol. Y el tan solo quería que esos pájaros llegaran a lo más alto y con el pico hiciesen explotar aquel enorme globo ardiente. Cabreado como iba, nada le parecía digno de ver, y tan solo pensaba nublando su vista mientras andaba a pasos largos, rápidos y fuertes hacia la gasolinera que estaba en frente de su casa.

Mientras, una señora al mando de un volante de coche cruzaba la carretera de dos carriles para repostar en una gasolinera de un pequeño pueblo llamado Locura. despistada como ella iba, pensando en el canto de los pájaros y en el buen día que le había salido, dejó de mirar por un instante hacia delante, tiempo suficiente para que cuando volviese la vista se encontrase con un señor andando rápido y tenso hacia la tienda de la gasolinera. Una sandalia mal colocadas en su pie del freno, tiempo reducido de reacción, un cinturón sin colocar, y velocidad de felicidad provocaron que aquellos dos individuos, solos como ellos estaban, se unieran en la muerte para siempre.

lunes, 20 de septiembre de 2010

To the sky

Y aquella puerta, aquella puerta que se alzaba ante mi no era más que la grandeza de mis ilusiones. Como una autopista directa al estrellato, o al éxito en lo que más amas. Y ¿cómo no? Colores que vuelan alrededor, lámparas que levitan y duendecillos verdes acechando, esperando a que te acerques tan solo un paso más hacia la puerta, para tener derecho a abalanzarse sobre ti como un tornado de duendes colores y lámparas. Vamos, que eso se convertiría en un circo giratorio del que no se sabría cómo salir. Un paso. No pasó nada. Mosqueado me giré hacia uno de los duendecillos y le miré fijamente. No parecía darse cuenta de que yo estaba allí. Otro paso más. No se oía a ninguno de los duendes moverse, ni tampoco a las lámparas y por lo tanto menos a los colores. ¿A qué suena un color en movimiento? Toqué el pomo y abrí la puerta para echar un vistazo al otro lado, y quedé paralizado, atontado, embobado, alucinando, atónito, pasmado, estupefacto, incapaz de reaccionar ante tanta belleza que escondían esas dos grandes pero simples y accesibles puertas.