lunes, 20 de septiembre de 2010

To the sky

Y aquella puerta, aquella puerta que se alzaba ante mi no era más que la grandeza de mis ilusiones. Como una autopista directa al estrellato, o al éxito en lo que más amas. Y ¿cómo no? Colores que vuelan alrededor, lámparas que levitan y duendecillos verdes acechando, esperando a que te acerques tan solo un paso más hacia la puerta, para tener derecho a abalanzarse sobre ti como un tornado de duendes colores y lámparas. Vamos, que eso se convertiría en un circo giratorio del que no se sabría cómo salir. Un paso. No pasó nada. Mosqueado me giré hacia uno de los duendecillos y le miré fijamente. No parecía darse cuenta de que yo estaba allí. Otro paso más. No se oía a ninguno de los duendes moverse, ni tampoco a las lámparas y por lo tanto menos a los colores. ¿A qué suena un color en movimiento? Toqué el pomo y abrí la puerta para echar un vistazo al otro lado, y quedé paralizado, atontado, embobado, alucinando, atónito, pasmado, estupefacto, incapaz de reaccionar ante tanta belleza que escondían esas dos grandes pero simples y accesibles puertas.

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