viernes, 24 de diciembre de 2010

"¿Feliz navidad?"

-Un café con leche por favor.
-¿Quiere azucar?
-Sí, écheme un poco, no me vendrá mal.
Se escuchaban villancicos en la calle, la nieve se posaba sobre los viandantes y las farolas negras, ahora ya casi blancas, se empezaban a despertar aquella tarde de invierno. La navidad, todos queríamos que fuese verdad, pero tan solo era un engaño dirigido a todos aquellos niños que miraban escaparates de tiendas de regalos esperando que un supuesto señor vestido de rojo y blanco hubiese recibido su nuevamente falsa carta donde explicaba que era lo que quería encontrarse bajo el arbol la mañana siguiente. Desde que lo descubrí, siempre he pensado que la desilusión que se lleva un niño cuando se entera de la farsa tiene que ser inmensa, quiero decir, que ese niño llevaría engañado 6-7 años por toda su familia e incluso algunos de sus mas considerados amigos. La patada a la felicidad en esas ocasiones consigue que tu navidad quede reducida a pensamientos estresantes, y materialismo finalmente definido. Porque no eres materialista cuando eres niño, cuando eres niño eres tan solo un niño, y prefieres arriesgarte a quedarte sin regalo de navidad solo por poder ver a ese mágico señor que debería entrar por la chimenea. Triste escenario cuando los padres no se lo montan bien.
-Que pase usted buena tarde, señor.
Los casos se habían multiplicado en poco tiempo, y mis navidades iban a ser solo trabajo hasta que los resolviera. Abrí la puerta, y el frio invernal y copos de nieve azotaron mi cara, como esperando despertarme mas que el café que me habia tomado. La vida no era igual desde la dorada infancia.

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